domingo, 28 de agosto de 2016

Manderley en ruinas. Cap 2. Secretos.



Y tras un agosto tumultuoso y un cumpleaños pasado por agua, os dejo con ellos.

Carpe Diem




Capítulo 2. Secretos.


Leonor apretó el botón de su mando de apertura de persiana y esperó. En cuestión de segundos quedó al descubierto el letrero Escuela de Danza en llamativas letras de trazo estilizadoRecorrió una a una las estancias de la academia revisando que todo estuviera en orden. La primera clase empezaría en una hora y quería estirar y calentar sus músculos antes de que llegara el primer grupo. Vestía su maillot negro y los calentadores azules que le había regalado David el otoño pasado. Aquel día se había empeñado en llevarla él mismo a la ciudad y aunque ella había puesto objeciones en un primer momento, había tenido que ceder ante su insistencia.

Se sentó en el suelo de tablas de madera flexionando y abriendo las rodillas en posición mariposa, irguiendo la espalda y el cuello como si una mano invisible tirara de su pelo hacia arriba. Hoy, incomprensiblemente, había vuelto a despertar con los pies sucios de tierra. Estiró las piernas y las separó en un ángulo de ciento ochenta grados manteniendo su centro de gravedad sentada sobre sus glúteos contraídos, alargó el brazo izquierdo y tocó las puntas de los dedos de su pie derecho. Las noches sin sueños eran tan habituales... Despertaba y todo estaba negro. Cambió la posición y llevó su mano derecha hasta su empeine izquierdo. El espejo frente a ella le devolvió su imagen. Había recogido su pelo en un moño alto y bajo sus ojos una leve sombra oscura delataba una falta de sueño para la que no tenía explicación lógica, pues casi siempre se acostaba antes de medianoche.

Se dirigió al cajón de la resina, en un ángulo de la clase, y embadurnó las zapatillas con el polvo. Apoyada sobre la barra se dispuso a preparar la tanda de ejercicios de aquella mañana. Sus músculos estaban entrando en calor y comenzaba a sentir ese cosquilleo en la punta de los dedos. Miró su reflejo en el espejo mientras marcaba las posiciones con los brazos y pudo ver la estela de luz rosada que dejaban sus manos al acariciar el aire, como si fueran pinceladas de color sobre un lienzo en blanco que se desvanecían a los pocos segundos de trazarlas.

Desde el centro del aula sus pies batieron el aire encadenando rítmicas piruetas que provocaban destellos violetas a su alrededor. Hacía años que había adquirido esa visión especial de los colores que envolvían a las personas y definían sus intenciones según su tonalidad. Desde el incendio. Ahora veía como la energía se desprendía de sus cuerpos como si fuera una prolongación de su verdadera esencia. Unas veces la energía de los que se encontraba era oscura pese a que lucían sonrisas traicioneras, y otras, era blanca y luminosa, como la de los recién nacidos y la de aquel mendigo que dormía sobre un banco de la calle.

El timbre de la puerta la sobresaltó. Laura y Esther eran sus alumnas más comprometidas y siempre llegaban veinte minutos antes para cambiarse de ropa con tranquilidad y conversar de sus cosas. Estudiaban por las tardes en la universidad y por las mañanas acudían a sus clases con verdadera devoción. Las saludó afectuosamente y las dejó compartiendo confidencias en la intimidad del vestuario. Recordó cuando ella también tenía veinte años y aspiraba a ser una gran bailarina de fama internacional, hasta que una inoportuna lesión de tobillo cambió su destino. Los días en Moscú se le antojaron lejanos y difusos entonces, antes de todo. Antes de Esteban, de La Casona y sus visitantes.

El timbre de la puerta volvió a sonar. Cuando levantó la vista con una sonrisa de bienvenida dibujada en el rostro, vio la silueta de un hombre vestido con un elegante traje de chaqueta gris a través de la vidriera. Abrió la puerta. En los últimos años lo había visto a penas dos veces.

- Buenos días, Sr. Cobos - saludó con aparente calma permaneciendo en el umbral de la puerta.

El abogado le tendió la mano y ella se la estrechó suspicaz. Su aura era grisácea con betas amarillentas y una apariencia grumosa. Sabía que esa era la energía que desprendía una persona que consumía estupefacientes de cuando en cuando. Pese a esto presentaba un aspecto impecable con su corbata de seda y sus gemelos relucientes. Lucía más canas que la última vez que se vieron y una tez demasiado bronceada para el mes en que se encontraban.

- Disculpe por presentarme de esta manera y alterar su rutina, pero se trata de un asunto de suma importancia - él miró hacia dentro como esperando una invitación para entrar y ella no tuvo más remedio que apartarse a un lado.

- En veinte minutos empiezo la primera clase de ballet, debería haberme llamado - y al tiempo que lo decía se encogió de brazos y se mordió el labio inferior. Él le recordaba a una versión de si misma más ingenua y perdida. La primera vez que se vieron ella no había dejado de llorar.

Hacía años que el despacho de Eduardo Cobos gestionaba sus inversiones, desde que en otra vida había resultado ser la sorprendida beneficiaria de una cuenta cuyo titular se había esfumado, para su desconsuelo, sin dar señales de vida, dejándole una suma indecente de dinero para su uso y disfrute. Entonces había construido aquella reinterpretación personal de la mansión cinematográfica de Manderley, con mosaicos, frisos decorativos, azulejos artesanales y balaustradas de hierro forjado que envolvían sus sueños de belleza en el corazón de la pinada de El Saler. Un templo donde añorar a su amor perdido y una cárcel de sueños rotos. Pero todo había ardido. Y ahora no era más que un recuerdo.

Desde Madrid habían seguido informándole de los beneficios crecientes que le brindaban sus participaciones en empresas en auge y de los resultados positivos de las inversiones que en su día se habían realizado con el capital de la cuenta que ahora era suya, pero ella siempre redireccionaba las ganancias obtenidas a asociaciones sin ánimo de lucro que velaban por las víctimas de la violencia de cualquier tipo. De aquel dinero no quería saber nada.

- He considerado que debía tener una conversación privada con usted, al margen de su marido - el abogado parecía un tanto ansioso mientras miraba al otro lado de la calle. Ella se inquietó y miró en la misma dirección. Solo había una farola.

Por la puerta hicieron su aparición tres de sus alumnas de la mañana, cargadas con sus bolsas de deporte, que la saludaron calurosamente. Todas permanecieron unos minutos en la entrada observando sin pudor a aquel hombre atractivo y elegante que parecía compartir un secreto con Leonor.

- ¿Y si vais calentando? - les sugirió ella levantando súbitamente la voz.

Y todas marcharon adentro entre risas ahogadas y gestos infantiles que a ella se le antojaron de muy mal gusto . El abogado hizo caso omiso y prosiguió con semblante serio.

- Escúcheme - y le apretó ligeramente los brazos para que ella le prestara atención. Ella dio un respingo y dio un paso atrás, esperando. ¿Por qué siempre se tomaba esas confianzas con ella?. No le gustaba que la siguiera viendo como una niña - .Tiene que saber algo de vital importancia. Hace tres días detectamos un movimiento significativo en su cuenta. Una retirada considerable de efectivo en las oficinas de una sucursal bancaria de Barcelona.

Su alarma interna se disparó y todos sus sentidos se focalizaron en el semblante preocupado del abogado. Infinidad de pensamientos lucharon por cobrar sentido en su mente pero ella se resistió a darles forma. Alguien había sacado dinero de su cuenta sin la mayor dificultad, una operación que solo podía haber realizado una persona. Sus ojos verdes se clavaron implorantes sobre Eduardo Cobos pero no se atrevió a decir nada. El abogado prosiguió rebajando el tono de su voz a modo de confidencia.

- Usted como beneficiaria tenía plenos poderes sobre la cuenta, pero al no certificarse la muerte del primer titular y figurar únicamente como desaparecido en los ficheros policiales, jamás pudo realizarse un traspaso total y absoluto de poderes. En ningún momento se blindó la cuenta. Y solo el titular original puede realizar todo tipo de operaciones desde cualquier parte del mundo si acredita su identidad.

Ella se cubrió el rostro con las manos y respiró profundamente. Pudo notar la mano compasiva del abogado sobre su hombro al tiempo que una presión cada vez mayor en las sienes le nublaba la vista. Nerviosa acertó a dar unos pasos en una y otra dirección como un animal enjaulado. Notó como las yemas de sus dedos empezaban a arder y las lágrimas de rabia amenazaban con asomarse a su mirada. Frotó sus manos absorta en pensamientos y emociones que se contradecían, y del roce de su piel ardiente surgió una sutil espiral de vapor caliente que se elevó hacia el techo. El hombre siguió con la mirada el ascenso de la pequeña nube hasta lo alto, hasta que se deshizo en imperceptibles gotas de agua entre los dos, como una sutil llovizna, dejando un rastro de humedad sobre la madera del suelo.

- ¿Quiere decir que no está muerto? - le espetó ella de repente presa de la ira.

Él la miró dubitativo. ¿Qué había sido esa nube?.

- No - contestó al fin - Esteban está vivo.


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En el patio de recreo los niños jugaban con sus cubos y palas, removiendo la arena y construyendo diques. Las piñas caídas de los pinos hacían a su vez de proyectiles silenciosos y los ramas astilladas eran baritas mágicas que convertían las piedras en monedas de oro. Luz se alejó del grupo de segundo de infantil y se dirigió hacia la valla del colegio. Las monitoras mantenían entre ellas una amena y absorbente conversación que hizo que su ausencia pasara inadvertida. Llevaba un babero rosa abotonado por delante sobre un jersey de punto y el pelo recogido en dos coletas que empezaban a dolerle, pero si se las quitaba su madre la regañaría al volver de la escuela.

Cuando llegó al ángulo más alejado del patio se sentó frente al cercado de pilares de argamasa y sacó de su fiambrera un sandwich que partió por la mitad. Alargó la mano y la introdujo entre el hueco que dejaban los pilares ofreciendo una parte de su almuerzo. Una mano masculina de dedos finos aceptó el ofrecimiento. Al otro lado, sentado con las piernas cruzadas en medio de la espesura del bosque, se encontraba Luisito, con su pantalón deportivo desgastado y su cazadora vaquera descolorida. Las arrugas de su rostro delataban su edad que se prolongaba más allá del medio siglo, pero su mirada hueca y su pose despreocupada de hombros caídos lo asemejaban a un chiquillo inocente. Permanecieron masticando en silencio, escuchando el trinar de los pájaros, a la sombra que les brindaba el Pino Grande, cuyo tronco sólido e imponente imposible de abrazar por el tamaño de su circunferencia, escondía centenares de anillos de historia viva a través de los siglos. Luz se asomó entre los pilares y llevó su mirada a un plano más profundo, entre la densidad de los arbustos.

- Y ella, ¿no tiene hambre? - inquirió señalando a la mujer del delantal y las zapatillas de andar por casa que le sonreía entre las sombras.

Luisito negó con la cabeza y dio otro mordisco a su sandwich de queso.

En aquel momento una de las cuidadoras arrancó a correr hacia ella cruzando el patio a toda prisa, vociferando su nombre.

- Oh oh. Se va a enfadar otra vez con nosotros - advirtió cerrando su fiambrera y poniéndose en pie.

La monitora, una joven en prácticas con gafas, principio de acné y pantalones bombachos, llegó sin resuello y visiblemente nerviosa, buscando algo o alguien más allá del cerco del colegio.

- ¡No puede molestar a las niñas!, ¡No se acerque más a ella! - gritó cogiéndola de la mano y arrastrándola consigo.

La fiambrera cayó al suelo y se abrió accidentalmente dejando caer lo que quedaba de su almuerzo, que se rebozó inevitablemente en arena echándose a perder. Luisito se puso lentamente en pie como si aquello no fuera con él, se sacudió las migas de su camiseta y calándose la gorra desapareció entre la espesura.

De nuevo se vio en el despacho de la directora de la escuela, una mujer de pelo canoso y rostro severo, sentada en una silla baja mientras observaba cómo la cuidadora del recreo justificaba nerviosa y con palabras atropelladas su descuido. Hablaban de Luisito como de una persona peligrosa, y aunque ella les repetía que solo quería invitarlo a almorzar porque era su amigo, ellas le decían que aquello estaba mal. Como siempre llamaban a su madre a la academia de ballet para advertirle de su mal comportamiento, pues hacía caso omiso de las prohibiciones de los mayores. Ella permanecía callada, con la mirada clavada en los cordones de sus zapatillas, a la espera de poder abrazar a sus padres  y salir cuanto antes de aquel despacho. Aquellas mujeres se quejaban de que su amigo fuera a visitarla, pero jamás mencionaban a la madre de este, que siempre lo acompañaba, y ella era tan dulce con su mirada compasiva, que Luz no entendía porque nunca la nombraban.


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Aquella noche Leonor preparaba un revuelto de verduras mientras Luz, sentada a la mesa de la cocina, terminaba un dibujo con lápices de colores. David llegaría en diez minutos para cenar con ellas y la pastor alemán permanecía alerta a los ruidos de la calle con una oreja levantada, por si escuchaba el ronroneo de su coche.

- ¿Qué quieres beber? - preguntó Leonor acariciándole el pelo a la niña.
- Zumo - respondió sin dejar de pintar.

Llenó su vaso rosa de princesas Disney hasta la mitad, para que no lo derramara, y se sentó a su lado para que le prestara atención.

- ¿Sabes una cosa? - le preguntó en un tono de secretismo. Luz dejó de pintar por un momento y la miró atentamente. Había conseguido captar su atención. Prosiguió - ¿Sabes que nunca nadie ha visto a la madre de Luisito?. Hace mucho tiempo que se fue al cielo. Cuando él era pequeño.

Luz entrecerró los ojos, valorando la información que le había dado su madre. Tras unos instantes resopló.

- Pues yo la veo. Ha bajado del cielo.

Foc echó a correr hacia la puerta de la calle por el pasillo pues David estaba aparcando el coche fuera.

- Cariño - le dijo con dulzura alzándole la barbilla suavemente -, pero es mejor que no se lo digas a nadie.

David entró por la puerta de la cocina con una sonrisa que iluminó la estancia. Las dos celebraron su llegada y él las besó. Lucía impecable, tal y como se había marchado, y ella sabía que él borraba todas sus inquietudes y preocupaciones cuando llegaba a casa para estar con ellas, pese a que seguramente había tenido que lidiar con situaciones duras e incómodas a lo largo del día.

- ¿Alguna novedad hoy? - preguntó mientras se servía un vaso de agua.

Ambas le sonrieron negando con la cabeza y él les devolvió la sonrisa sellando así el final de un día perfecto. Cuando Leonor, en un descuido, fijó la vista en el dibujo de su hija, intentó no gestualizar delante de su marido ningún indicio de preocupación y seguir manteniendo su expresión satisfecha. Un pino gigantesco cobijaba bajo sus ramas a una niña, un hombre con gorra y en último término, casi fuera del plano, a una mujer con delantal y el pelo recogido. Cogió el folio, lo dobló y lo guardó en un cajón. Luz se quejó pero ella le puso el plato de la cena delante.

- Nosotras todo normal. Sin novedad - sentenció ella tomando asiento a la mesa.

Y David supo que mentían.









3 comentarios:

  1. Leo el cuento y pongo cara a Leonor y a Luz... Unas caras familiares que hacen que viva el cuento desde dentro y me emocione aún más.
    No nos dejes sin ellas...

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  2. Oh!. Aun nos quedan 8 capítulos más de brujería, costumbrismo, espíritus y amores prohibidos :-)

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