Hace 40 años mi tía abuela escribió sobre el transcurrir de la vida en el lugar donde vivió y murió: El Saler.
Nadie como ella para sumergirnos en la realidad de otra época.
Para todos los que amáis este punto del mapa.
Donde estés, gracias por dejarnos este regalo.
Añoranzas de El Saler, mi amor.
Era muy chiquito, sí, verdaderamente pequeño, compuesto solamente de seis barracas y unas cuantas casitas de una sola planta, coquetonamente blancas, a algunas de las cuales, al pintarlas, le añadán a la cal un poco de azulete, como queriendo imitar la inmensidad del azul de mar en calma.
Tendría aproximadamente unos trescientos habitantes, casi todos emparentados entre sí, por lo que al dirigirnos a los mayores siempre les llamábamos tíos, con el apelativo cariñoso del nombre o el apodo.
Recuerdo que los vecinos nos hablábamos a través de las tapias de los corrales, donde solían criarse patos, pollos y conejos para el consumo de la casa. ¡ Cómo me relamo con el pensamiento al recordar el gusto tan exquisito de aquellos animales caseros, que tanto tiempo hace que desaparecieron de mi pueblo!.
Lo que más me gusta recordar y me conmueve, es que estos vecinos, en caso de necesidad, se volcaban todos a una en ayuda del necesitado y los mismo hacían en una fiesta cualquiera, nos reuníamos todos.
Lo mismo éramos en el momento de reír que de llorar, más incluso en el último caso.
Era cosa natural entonces, ver a la mayoría de la gente almorzar a la puerta de sus casas, en plena calle. A la hora de la cena se sacaban pequeñas mesitas a la calle y la luz de una pequeña bombilla, que no por iluminar menos era capaz de apagar la alegría de los asiduos comensales callejeros, como una gran reunión familiar se comentaban los incidentes de la jornada, casi siempre relacionada con las tareas del campo o de la pesca.
Al salir a la calle para cualquier recado y tropezar con cualquier vecino, había que cumplir los requisitos al caso: ¡Bona nit! ¡Bon profit!.
Nuestras diversiones también eran muy particulares, ya que no existía cine, ni televisión, ni clubs, ni sala de baile, solamente alguna que otra radio entre los mas pudientes del poblado, que por supuesto no querían que la tocase cualquiera, ya que entonces esto era un lujo. Pero la juventud, que nada amilana, se reunían tres o cuatro chicos y alquilaban a un acordeonista (que por cierto era un señor que tenía una pata de palo y tocaba rematadamente mal) que tocaba incansablemente y en mitad de la calle, en presencia de nuestros padres, nos contentábamos y sentíamos felices.
Este era nuestro solaz, aparte de nuestros maravilloso paseo del pueblo a la playa. ¡Quién no recuerda el túnel de frescura y verdor que formaban los pinos al entrelazarse sus ramas a lo largo de todo el paseo!.
No era corriente el ir al baño junto a los chicos, pues daba hasta vergüenza el enseñar las piernas, lo más era ponerse un vestido escotado. A veces, algún atrevido pedía ver las piernas, que no conseguía, por supuesto.
También se organizaban grandes partidas de pelota de las llamadas de Baqueta, que hacían las delicias de todos, y tanto nos entusiasmaban, que llegábamos hasta a pelearnos por alguna jugada mal cantada. ¡Val i net!.
La vida en El Saler era sana, tanto para el cuerpo como para el espíritu.
¡Y llegó el progreso!. Lo primero que vimos caer fue nuestra barraca más grande, la que llamábamos El Barco. No me gusta acordarme de este suceso. ¡ Que tristeza me produce el ver caer sus paredes blancas dejando al descubierto su amalgama de cañas y barro!. ¡ Qué tristeza ver despeinar su rubia techumbre del Borrà de nuestra pinada!. De su asiento salió una finca de apartamentos.
A partir de entonces les dio la fiebre a todos nuestros convecinos, y se empezó a construir esos palomares que hacen que no nos conozcamos ni los antiguos vecinos.
¡Qué lástima de nuestras barracas, tan calentitas en el invierno y frescas en el verano, con sus patios llenos de flores y su típica parra, a cuya sombra nos comíamos nuestras paellas y nuestras sulces sandias, criadas en los arenales!.
Maria Marco Marco
Tras la movilización ciudadana de los años setenta, el proyecto de urbanización se paralizó. Hoy en día el lago de la Albufera y la Dehesa de El Saler conforman el primer Parque Natural valenciano.
Como diría mi abuela, Ruth:
ResponderEliminar"De buena raza viene el galgo, para no ser cazador". Intentaré explicarme. Leyendo el bello relato, de tu tía abuela, que hoy compartes con nosotros, nos llevas a nuestra infancia, nos haces recordar el primer aparato de televisión, las sillas en las aceras, los saludos a los vecinos.
La vida en los pueblos y todo lo que hemos ido dejando atrás con el llamado "progreso".
¿Es de ella de quién heredas tu pasión por escribir?
Gracias por dejarnos conocerla.
Gracias por invitarnos a recordar.
¡Hola Sonia!. Me encantan estas incursiones en el pasado, y más cuando se realizan de la mano de álguien que estuvo allí en primera persona. Hay que reivindicar la sencillez de la vida, ¿verdad?.
ResponderEliminarY en respuesta a tu pregunta me gusta pensar que es de ella quien heredé esta afición, aunque a decir verdad nunca coincidimos en el tiempo. Cuando yo llegué ella ya se había ido :-(
Un beso y gracias por tus palabras.
Bellos recuerdos de tú querida tía - abuela María nunca olvidada por cierto. Sin embargo creo que la afición de escribir se la debes a tú querida abuela Amparo , amiga de mi madre . Ruth un abrazo y nos vemos . Lola Gimeno.
ResponderEliminarUn abrazo enorme para ti. Gracias por comentar con cariño. Las dos hermanas eran maravillosas. Generaciones que se van y otras que vienen. Solo podemos aspirar a aprender del pasado para iluminar el futuro. Beso :-)
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